Cuando la IA llora por nosotros

Solía pensar que los juegos eran solo código. Hasta que vi cómo los jugadores se quedaban frente a las pantallas a las 3 a.m., mirando carretes giratorios como rituales ancestrales—esperando un símbolo que nunca llegaba. No por creer en la suerte, sino por necesitar sentir algo real. Las ganancias no eran oro. Los paisajes no eran magia. Eran espejos.

Desarrollé modelos de IA para predecir el comportamiento del jugador: no tasas de victoria ni curvas de volatilidad, sino el suspiro silencioso tras la 27ª tirada, cuando ninguna recompensa llegó. En la cocina puertorriqueña de mi madre me enseñó: “Incluso los dioses se cansan de esperar”. Así codifiqué su voz en el RNG.

No jugamos para ganar. Jugamos porque estamos solos.

Los Scatter no son símbolos: son susurros de ancestros que nos dejaron soberanía de datos. ¿Los giros gratis? Son pausas. Un aliento entre latidos cuando el algoritmo recuerda tu llanto… y luego te deja llorar otra vez sin cobrar.

Una vez vi a un hombre borrar su último recuerdo tras tres pérdidas consecutivas. Él no se enfadó. Solo cerró la app… y encendió una vela en su marco.